3/5/08

Charles Tilly

Con más de 50 volúmenes y 600 artículos académicos publicados, Charles Tilly, sociólogo e historiador, fue el académico más prolífico que haya conocido. Su libro sobre la contrarrevolución francesa, conocida como La vendée fue uno de los más de 80 que leí para preparar uno de mis exámenes de doctorado. Al observar dos regiones vecinas de la campiña centro-occidental francesa y corroborar que los habitantes de una se mantuvieron fieles a la República, mientras que los de la región vecina se alzaron contra ésta en 1793, Charles Tilly se preguntó qué elementos intervinieron para explicar este fenómeno. Su análisis influyó en muchos que estudiaron movimientos sociales no sólo en Francia, sino en otras partes y momentos.

Ramón Jrade se encuentra entre quienes siguieron a Tilly e incorporaron sus observaciones a su trabajo. Jrade escribió uno de los estudios más importantes para explicar por qué una región de Jalisco –por los rumbos de Ameca– se mantuvo fiel a los postulados de la Revolución Mexicana, mientras que otra –La de Los Altos– se volvió cristera. Como otras tesis de doctorado que conozco de cerca, la de Ramón se ha mantenido inédita.

Durante uno de los veranos de la alejada década de 1980, justo cuando me preparaba para lanzarme de lleno a escribir mi tesis de doctorado, se me ocurrió pedir una cita para conversar con el profesor Tilly. Tenía poco de haberse mudado de Ann Arbor, Michigan, donde había dirigido un centro de investigaciones importantísimo. Ahora la New School for Social Research le había proporcionado todo un piso para él, sus asistentes (todos ellos con doctorado) y sus legendarios seminarios de postgrado.

Le presenté mi proyecto sobre el sinarquismo y saltó inmediatamente de su silla para adueñarse de la pizarra (a sus espaldas se alzaban decenas, si no es que cientos de tesis de doctorado, de forro negro, que Tilly había dirigido y que tapizaban los muros de su oficina. ¿Se encontraría la mía un día en tan agradable compañía?, me pregunté). En el acto, Tilly planteó una serie de preguntas sobre el movimiento, me dijo cómo él realizaría la investigación sobre el sinarquismo (la suya era inminentemente una postura sociológica) y, al cabo de nuestra reunión, me saturó de lecturas de sus ex estudiantes.

Regresé a mi departamento y me senté a escribirle una larga carta a mi mentor y director de tesis, Sigmund Diamond, en esos momentos profesor visitante en Israel. Diamond me contestó a las semanas. Me dijo haber leído con detenimiento mis líneas, que conocía a Chuck Tilly desde hacía mucho (con esto imagino que se refería a que gustaba de “robarse” a estudiantes de otros profesores), y que el momento había llegado para que yo decidiera en qué quería convertirme: ¿sociólogo o historiador? Sus palabras me dieron mucho qué pensar ese verano. Leí y repasé por encima el trabajo de los estudiantes de Tilly y concluí que lo mío, en particular si planeaba retornar a México, era la historia.

Esto no me alejó de Tilly. Por aquellos momentos iniciaba un seminario de historia y sociología para latinoamericanos y ahí descubrí su interés en nuestro continente. Asistí al seminario por varias ocasiones pero me alejé porque sus participantes, además de pretenciosos, eran extraordinariamente obstinados y se rehusaban a escuchar a su conductor. Yo ya estaba por empacar maletas y mi mente se encontraba en otra parte. Años después, cuando con mi colega y amiga Silvia Arrom nos preparábamos para cerrar una antología sobre motines en América Latina, sugerí que Tilly escribiera las conclusiones. Silvia se mortificó: ¿eres capaz de convencer a Tilly que escriba algo para nuestro libro? Conocedor como era de su nuevo interés por la historia de los países al sur de la frontera estadounidense, contesté en afirmativo.

Charles Tilly trazó para nosotros una de sus grandes síntesis sociológicas y, por las reseñas que suscitó su artículo, puedo afirmar que sus palabras nos favorecieron a todos los que participamos en el proyecto. De ahí en adelante, Tilly y yo seguimos en contacto intermitente. Me felicitó por traducir y publicar nuestra antología en México y en 2002, sin avisarle, le hice una visita improvisada. Ahora el trabajaba en Columbia University, mi Alma Mater y, aunque se encontraba en el departamento de sociología, ignoro si por coincidencia o no, su oficina se encontraba un piso más arriba, en el de historia.

Discutimos su libro La Vendée y le mencioné mi vivo interés por traducirlo y publicarlo en México. La idea le agradó. Me dijo que aprovecharía para entrar en polémica con los historiadores franceses quienes, en gran medida, habían zanjado un gran vacío alrededor de su obra. En la versión española –ahora pensaba en voz alta– repararía los yerros, incluiría en su discusión a los autores franceses que trabajaban el tema y expandiría varios de sus capítulos. Estrechamos manos y nos despedimos. Fue una hora y media tonificante. Me habló de mi mentor Sigmund Diamond y cómo en los últimos años de la vida de este último, sus caminos se habían apartado. Ya no era Diamond aquel militante de izquierda de sus años mozos y de ahí que se alejaran. Guardé silencio. También me explicó que los tres elementos básicos de toda pesquisa eran: investigar a fondo el problema, relacionar el trabajo propio con el de otros interesados en ese mismo problema y, muy por encima de todo, redactar con claridad los resultados.

Esa fue la última vez que lo vi. El año pasado, cuando concursé por una beca de la Columbia University, me preguntaron si mantenía contacto con alguno de mis antiguos profesores. Aunque técnicamente nunca lo fue (yo esperaba que este otoño sí lo fuera) mencioné a Charles Tilly. Su recomendación debió ser buena, puesto que obtuve la beca para trabajar en los archivos de la Biblioteca Butler, en Columbia: beca que yo pensaba combinar con mi asistencia semanal a uno o varios de sus seminarios. Cuando recibí la noticia, le escribí para agradecer su recomendación y para decirle que deseaba revivir nuestros viejos planes de publicar La Vendée en México. No respondió directamente a mi propuesta, pero todavía tuvo la amabilidad de pedirle a uno de sus estudiantes mexicanos que se comunicara conmigo para ver en que podía ayudarme.

Mi anhelo por encontrarme una vez más con uno de los autores más productivos e influyentes de la sociología norteamericana, se truncó el pasado martes 29 de abril. Ese día, según lo participó el New York Times, el profesor Charles Tilly falleció repentinamente.
Publicado por S.O. |